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Inti Illimani y Quilapayún: la música que la dictadura no pudo apagar en Chile
Desde el exilio, bandas resistieron a la dictadura de Pinochet y elevaron las voces de las víctimas.
El azar del destino, o una macabra casualidad, hizo que los dos grupos más representativos de la llamada Nueva canción chilena estuvieran a miles de kilómetros de su país aquel 11 de septiembre de 1973 cuando se bombardeó el Palacio de La Moneda y el caos se apoderó de Chile.
Inti Illimani y Quilapayún, nombrados embajadores culturales del gobierno de Salvador Allende, se encontraban en Italia y Francia, respectivamente, cuando les llegó la noticia del golpe de Estado.
“Estábamos en una conferencia de prensa y empezaron a llegar los télex con la noticia del golpe militar. Fue una terrible sorpresa para nosotros. No sabíamos qué significaba. Nos fuimos a la embajada de Chile y empezamos a tratar de entender lo que pasaba. Fue un momento de mucha angustia. No dominábamos el francés y no entendíamos mucho lo que decían en las noticias”, recuerda Eduardo Carrasco, director de la agrupación Quilapayún, al recordar el horror que le produjo saber que tan solo cinco días después del golpe moriría el director artístico de la banda, Víctor Jara, tras ser torturado en el Estadio Chile.
“Fue la noticia más oscura y dolorosa que nos llegó de Chile, estábamos preparando un concierto y alguien llegó con esa información que nos golpeó. No solo porque se trató de un acto violento, sino, además porque era injusto e innecesario. Fue una barbaridad”, le dice a EL TIEMPO Carrasco con una expresión desencajada por el dolor que, 50 años después, no ha podido borrar cuando vuelve a recordar la atrocidad que descargó el régimen de Augusto Pinochet contra Jara, quien fuera el referente de la canción protesta chilena y a quien torturaron hasta quebrarle todos los dedos de las manos para luego obligarlo a tratar de tocar su guitarra.
Retrato del cantante chileno Víctor Jara, durante su funeral de tres días en Santiago. Foto:AFP
Sin embargo, aquellas notas que se apagaron ese 16 de septiembre siguieron resonando dentro y fuera de Chile gracias a los músicos para los que Víctor Jara fue un mentor e inspiración. Hasta el día de hoy, los conciertos de Quilapayún comienzan con La plegaria del labrador, una canción que Jara compuso en 1969 y que habla del sueño de tener un país libre de aquellos que los querían dominar en la miseria y en donde reinara la justicia y la igualdad.
“Víctor Jara es un pilar cultural de nuestro país”, asegura, José Seves, uno de los más icónicos de Inti Illimani, cuyo grupo corrió la misma suerte de Quilapayún pero desde otra orilla europea.
“En 1973 era muy difícil la comunicación desde el exterior incluso por vía telefónica. Además, no era aconsejable, porque nosotros, como grupo, representábamos al gobierno de Salvador Allende. Habíamos salido como una delegación cultural y la dictadura pretendía el exterminio de todos los que no pensaran como ellos”, señala a este diario Seves, quien no ahorra calificativos ni comparaciones para describir lo que significó para ellos el exilio.
Eduardo Carrasco, cofundador de Quilapayún Foto:Archivo particular
“Es tremendamente desgarrador, incomprensible, inaceptable. Yo perdí a mi madre cuando tenía 13 años y creo que el exilio me produjo algo similar. Es una tremenda soledad. El quedar aislado de tu país es realmente lo más parecido a un naufragio porque es bastante desolador. Son noches en las que no puedes dormir mientras buscas dónde afirmarte y cómo comprender el dolor de haber perdido tu nido”, relata Seves.
El quedar aislado de tu país es realmente lo más parecido a un naufragio porque es bastante desolador
Y es que los integrantes de Quilapayún e Inti Illimani estaban lejos de sospechar que esa gira musical de un mes duraría, en realidad, 15 años y que serían ellos los encargados de romper el cerco informativo que había impuesto la dictadura en el que ni salían ni entraban noticias de Chile.
“La solidaridad con Chile fue un fenómeno mundial. Los países latinoamericanos inmediatamente les abrieron las puertas a los exiliados. Los venezolanos fueron muy generosos en ese sentido, Colombia y México también. Argentina en los primeros tiempos, hasta que llegó la dictadura de Jorge Videla (1976-1981). Y, en Europa, países como Suecia, Francia y Alemania también nos recibieron. Nos tocó viajar mucho en esa época. Todos nuestros conciertos eran actos de solidaridad con Chile y terminaban con El pueblo Unido y con otras de las canciones más políticas contra la dictadura”, señala Carrasco.
Entre todas las canciones que se gestaron antes y después del golpe de Estado chileno hubo una que se convirtió, no solo en un referente de resistencia en Chile, sino que se extendió como pólvora por el resto de los países latinoamericanos y cuyo coro ha sido cantado en las calles de la región durante 50 años: “¡El pueblo unido, jamás será vencido!”.
“En junio de 1973, la situación en Chile estaba muy tensa, con mucha violencia verbal y en las calles. Nosotros componíamos para cantar con la gente aquello que llamábamos canciones contingentes”, cuenta Carrasco, quien recuerda, entre risas, cómo surgió la canción mientras estaban en la casa del compositor Sergio Ortega y él tocaba en un piano el sexteto de Brahms.
De repente, en medio de la improvisación, surgió una letra que se sentaron a escribir entre todos y que terminó siendo interpretada en la céntrica Alameda de Santiago, unos días después, en una manifestación a favor de Salvador Allende.
Eso sí, más allá de esta mítica arenga, hay un amplio repertorio de canciones que son la banda sonora de lo que pasó tras el derrocamiento del líder de la Unidad Popular, y que influyeron en artistas más jóvenes en distintos países hispanohablantes.
Con estas composiciones, los músicos de la Nueva canción chilena se fueron abriendo paso entre sus nostalgias para cantarle al país al que soñaban regresar. Entre ellas está Vuelvo cuya música fue compuesta por Horacio Salinas, director de Inti Illimani, desde el exilio en Roma, con una letra del músico Patricio Manns, quien logró escapar de Chile con la intervención de Cuba.
“Con cenizas, con desgarros, con nuestra altiva impaciencia, con una honesta conciencia, con enfado, con sospecha, con activa certidumbre pongo el pie en mi país”, así empieza el primer verso de esta canción en la que se describe la desconfianza con la que los artistas exiliados veían la posibilidad que abría el régimen para que regresaran en 1988.
“No sabíamos qué pensar, pues una de las posibilidades es que se tratara de una treta de Pinochet. Venía el 5 de octubre, día del plebiscito en el que, si ganaba el Sí, este caballero perduraba otros ocho años más en el Gobierno. Pero, afortunadamente, se hizo una movilización multitudinaria por el No, para que terminara la dictadura y se abriera paso al periodo democrático”, señala Seves.
Augusto Pinochet saluda a los chilenos durante el 11 de septiembre de 1973. Foto:ARCHIVO EL TIEMPO
El retorno de la música
Los jóvenes que habían salido de Chile a sus 20 volverían cubiertos de canas y con sus familias a cuestas, luego de haber sido la cara más visible de los chilenos en el exterior, quienes se dedicaron a contarle al mundo, en su caso con canciones, qué era lo que sucedía, puertas adentro, en su largo país.
“Al fin se acabaron las listas negras, ya no estaríamos ahí, podíamos volver. Pero, estaba Pinochet todavía, la Dirección de Inteligencia Nacional (Dina), sus servicios de agentes, sus degolladores asesinos. ¿Vas a regresar con tu hija de cuatro años o vas a poner en peligro a tu esposa? Fue muy controvertido todo”, recuerda el músico de Inti Illimani.
Pero, al escepticismo le ganó la esperanza, y las guitarras, las quenas, los charangos y las voces volvieron a sonar, luego de 15 años, marcando una campaña que, en 1988, terminaría sacando al dictador del poder con la contundencia de los votos y de las voces que había silenciado durante casi dos décadas.
Una caravana liderada por un bus que transportaba a los músicos partió desde el aeropuerto de Pudahuel hacia una zona popular de la comuna de Lo Prado, en el sector noroccidental de Santiago, en donde los músicos ofrecieron un emotivo concierto al aire libre.
“El 18 de septiembre, que es el día Nacional de Chile y es muy simbólico, nos esperaba una cantidad de gente gigante, fue tremendamente emocionante. Nos subieron a un bus y nos detuvimos en el lugar en el que fueron encontrados los tres profesores degollados por la dictadura en 1985. Gente que conocíamos, que eran de nuestra edad...”, recuerda Seves.
El Parque de la Bandera -bastión de resistencia popular- se convirtió en el escenario del que la dictadura ya no los pudo bajar nunca más. Aquel 24 de septiembre de 1988, rodeados por miles de jóvenes que ondeaban sus trapos rojos y sus carteles del No, los músicos entonaron las canciones que, por años, estuvieron prohibidas en la radio.
“Nos encontramos con fotos en lugar de la gente a la que habríamos querido abrazar, pero, no venimos del pasado, venimos del futuro, de un mundo que los ira y que está dispuesto a abrir su corazón al Chile de la democracia y la libertad”, dijo emocionado ese día Jorge Coulón, uno de los fundadores de Inti Illimani, frente a la multitud que, enardecida y en medio del llanto, coreaba sus canciones. Algo similar viviría días después el grupo Quilapayún tras el plebiscito que terminó con 17 años de régimen militar.
“La campaña del No terminó con un gran acto en el centro de Santiago en la que se hizo una concentración de más de un millón de personas. Allí, volvimos a cantar El pueblo unido después de 15 años. Eso fue un sueño convertido en realidad, una cosa increíble”, recuerda Carrasco, quien a sus 83 años aún conserva la voz potente de sus canciones, aunque ahora más lenta y reposada.